miércoles, 16 de septiembre de 2009

sobre la autonomía en la escuela...

Autonomía.

“… por mi cuenta y riesgo decidí preparar un plan que pasé a la dirección del Centro para que se estudiara. Se estudió por parte de la dirección, se estudió por parte de la comisión pedagógica, se aprobó, y es lo que este año ha constituido el plan de formación del profesorado en nuestro Centro, al que prácticamente la mitad del claustro se ha apuntado y que creo que ha sido un éxito. El otro día lo evaluamos y la gente está bastante contenta y no solamente eso, sino que se ha decidido que para el curso próximo continuaremos con este plan de formación a otro nivel” (Alonso).

Es la actitud emancipatoria de los profesores cuya convicción, producto de la reflexión crítica, posibilita su iniciativa para proponer alternativas pedagógicas, tomar decisiones, defenderlas y ser fiel a los principios que proclaman para provocar el cambio en su entorno. Muchos hablan de autonomía, pero al final resulta ser, como afirma Contreras, nada más que un slogan que se desgasta y vacía de significado de tanto usarlo (Cfr. Contreras, 1999:11).

Nos interesa dar vida a este concepto dentro de la escuela, sobre todo, porque permite a los profesores crear tiempos y espacios de reflexión y debate para desarrollar el espíritu cívico de sus alumnos y la capacidad de decidir por si mismos las acciones que les permitirán forjar el mundo que quieren para vivir.

Un profesor autónomo rechaza las prácticas injustas y perjudiciales para el desarrollo de sus alumnos como sujetos autónomos, aunque muchos compañeros las consideren aceptables. Hablamos de la autonomía mental; que nadie diga por nosotros lo que queremos decir. La autonomía necesita del pensamiento crítico del profesor, pero la sola crítica no sirve de nada si no va acompañada de una reflexión sobre los motivos y consecuencias de lo que se está criticando para proponer alguna vía alternativa de acción.

La autonomía es un derecho de los profesores que les posibilita pensar, proponer y hacer en un marco de libertad responsable, para no enajenarse con imposiciones ajenas y para darse cuenta cuándo y por qué se lo priva de ese derecho. Las acciones pedagógicas de un profesor autónomo no son suficientes para constituirlo como tal. No basta que proponga actividades novedosas y emergentes, que conozca las características de cada alumno y que colabore con sus compañeros en el mejoramiento de la labor educativa, etc., sino que debe ir más allá de ello, hacia la formación de personas críticas capaces de expresarse con libertad y autonomía, lo que es cada vez más importante, sobre todo, porque no es sólo el hogar y la escuela los únicos que educan.

La autonomía promueve la creación y consolidación de una educación que posibilite a los profesores para la discusión valiente de los problemas del aula, la escuela y la sociedad, y los implique de tal modo, para que siendo conscientes de los “peligros de su tiempo” se posicionen políticamente, y no se arrastren ni sometan a las prescripciones ajenas que anulan su propio yo (Freire, 1998 [1969]:85).

Cuando Adriana reflexiona sobre la enseñanza, uno de los aspectos que más le preocupa es formar en sus alumnos una mentalidad crítica que les permita decidir sobre sus acciones y posicionarse de manera autónoma. Se plantea con una actitud crítica ante los acontecimientos que ocurren en el mundo, defendiendo la justicia, la solidaridad y la relevancia de los valores en la vida. Se posiciona por una opción en la vida, por algo que vale la pena porque lo considera ético y que, como ella afirma categóricamente, no significa implantar ideologías.

Los profesores que reflexionan críticamente están más abiertos a observar el sistema educativo y a no criticar todo porque sí, sin más, sino plantear una crítica que construye y crea, no que destruye y paraliza.

La autonomía trasciende el aula y se manifiesta en la apertura existencial de los profesores que se preguntan constantemente por qué enseñan, a quiénes le enseñan y para qué enseñan, lo que implica apertura cognitiva e ideas muy claras sobre el rol docente y, muchas veces, la osadía de nadar contra la corriente. Por lo tanto, compartimos la opción radical que plantea Freire sobre enseñar para domesticar o para ser libres, o lo que es lo mismo, optar por una educación “para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto” (Freire, 1998[1969]:26).

El nivel cultural con el que estamos conformando a la sociedad es deprimente, razón por la cual se puede esperar que la autonomía del profesorado logre un cambio significativo si no se dejan atrapar por la inercia. Sucede como con los malos programas de la TV que se mantienen porque no necesitan tanta preparación y porque la gente se acostumbra a tanta mediocridad.

Los buenos profesores forjaron su autonomía desde temprana edad gracias a que fueron escuchados y reconocidos, lo que forjó la resiliencia que manifestaron desde pequeños. A pesar de los ambientes adversos en los que varios de ellos crecieron, vivieron en espacios de participación y cooperación real de la comunidad y fueron educados en gestionar tiempos y espacios para exponer sus posiciones. Estas experiencias les permitieron establecer códigos de buenas prácticas conjuntas.

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