sábado, 14 de agosto de 2010

Las complejidades emergentes en las historias de vida de los “buenos profesores”([1]).

Silvia López de Maturana Luna

Universidad de La Serena

silvialml@gmail.com

Resumen.

Investigar a los buenos profesores es complejo porque se corre el riesgo de generalizar trivializando sus características, por lo mismo, es fundamental no caer en la tentación de pensar que son ideales, puesto que son seres humanos que viven su existencia al igual que cada uno de nosotros, sólo que con compromiso y amor por lo que hacen. Gracias a las historias de vida pudimos entender el proceso de la profesionalización docente, develar sus principales complejidades y señalar tendencias válidas para cualquier profesor que pueden ajustarse con flexibilidad a esos patrones. La construcción analítica nos aportó luces para entender y explicar qué es lo que hace a un profesor un Buen Profesor. Esto es, la valoración del sentido común, la improvisación, la conciencia del cambio, la reflexión y la acción pedagógica. Sus características pueden ser intencionalmente promovidas en las distintas etapas de formación profesional porque tienen la cualidad de generar entusiasmo, contagio con un compromiso pedagógico, social y político por el trabajo bien hecho.

Palabras clave: Buenos profesores, Historias de vida, Identidad profesional.

“Cuando se interroga a alguien sobre su preparación profesional, el interrogado enumera sus actividades académicas, su tiempo, experiencia. Rara vez se toma en cuenta (por no riguroso) la experiencia existencial mayor, casi imperceptible de una persona…”.

Paulo Freire.

El paso por la escuela, generalmente, es irrelevante para la mayoría de los alumnos gracias a las prácticas pedagógicas de profesores que no encantan con el proceso de aprendizaje ni con el de enseñanza y a la falta de conexión dialéctica entre esos actores clave del proceso educativo. Pero cuando profesores y alumnos toman conciencia que el proceso educativo no es lineal, ni estático, ni siempre igual, el aprendizaje es más significativo y trascendente y cuando entre ellos existe un deseo genuino de adquirir un conocimiento, se activa la propensión al aprendizaje y se proponen desafíos aparentemente insuperables a los estudiantes, donde muestran la confianza en sus capacidades y buscan de manera autónoma las mejores alternativas para resolver los problemas (Cfr.Maeda, 2007).

A esos profesores comprometidos con un proyecto educativo les llamamos “buenos profesores”, cuyo denominación no es ingenua porque cualquiera que conozca sus prácticas se da cuenta que lo son. Un buen profesor no responde a estereotipos ni a teorías del aprendizaje, puede tener sus propias características, pero es poco probable equivocarse cuando señalamos quién es un buen profesor.

En este contexto, investigar a los buenos profesores implica el despliegue de una gran complejidad, porque pueden ser modelos de coherencia pedagógica donde se corre el riesgo de generalizar. Sin duda, existen criterios comunes que, a modo de eje conductor, muestran el sello indeleble del compromiso docente, pero no hay un estilo de docencia que pueda considerarse el mejor.

Una de las características de los buenos profesores es la cercanía afectiva y cognitiva entre ellos y sus alumnos, componente fundamental en toda relación educativa que provoca, entre otros, que los alumnos se preocupen y ocupen de su propia educación, que comprendan críticamente lo que conocen y aprendan a buscar las formas de mejorar su aprendizaje.

Si analizamos los procesos educativos dentro del paradigma de la complejidad observamos que el sustento epistemológico de la escuela tiende a dicotomizar los procesos educativos escolares, por ejemplo, entre los profesores que enseñan bien y lo que no lo hacen y entre los alumnos que aprenden y los que no aprenden. Hace falta un paradigma emergente que logre explicar estos procesos cualitativamente diferentes([2]).

Diversas teorías de la complejidad dan cuenta de cómo el desorden es necesario en cualquiera organización porque favorece la sinergia de los procesos, por ejemplo, decir que una clase es un sistema dinámico es decir que es sensible a los momentos dinámicos que construyen los profesores. Por eso, resulta interesante averiguar cómo logran los profesores que sus alumnos dialoguen, que respondan a sus provocaciones pedagógicas o que se planteen preguntas en medio de la atención a muchas y variadas fuentes de información, lo que aparentemente para muchos, constituye el caos ([3]).

A la luz de nuevas preocupaciones epistemológicas nos preguntamos si acaso un profesor que no destaca por la calidad de su docencia inhibe las expresiones caóticas. No podemos anticipar el criterio definitivo, pero reconocer las trayectorias vitales de los buenos profesores podría ser una manera de comprender cómo lo hacen para lograr que sus alumnos aprendan teniendo las mismas condiciones de otros colegas que aseguran no poder lograrlo. Sus experiencias son comunes como cualquier otra pero la diferencia estriba en que no se rinden ante las limitaciones externas o autoimpuestas.

Para ellos, la valoración del sentido común, la improvisación, la conciencia del cambio para tomar nuevas orientaciones y la reflexión y acción pedagógica contribuyen a dar forma a su rol docente.

Involucrarse en aquello que vale la pena.

Algunas de las características de los buenos profesores([4]) son las emociones positivas que retroalimentan la seguridad y el gusto por lo que hacen, el fortalecimiento de la coparticipación en tareas comunes y la cogestión democrática de las tareas escolares. Para ellos, el aula no es un sistema de aprendizaje unidireccional, por el contrario, es multidireccional e intergeneracional; se aprende de los colegas, de los alumnos, de los padres. Todos aprenden de todos con ritmos distintos y estilos diferentes.

Por eso nos preocupa que la enseñanza forme parte de una profesión muchas veces catalogada de solitaria, tanto por el trabajo dentro del aula donde a pesar que cada profesor interactúa diariamente con sus alumnos, no siempre se relaciona con ellos, como por la falta de contacto de cada profesor con sus colegas para tratar problemas que aquejan a sus respectivos procesos de enseñanza.

También nos preocupa que la interacción con los alumnos se caracterice por ser inmediata y directa y con los colegas, alejadas, oblicuas y a la defensiva para proteger su territorio y protegerse de preguntas que muchas veces consideran una evaluación a su trabajo. De esa manera, se habla de las noticias, del tiempo, de deportes y sobre la escuela, se habla, en general, de las quejas por el comportamiento de los alumnos. No es común que se debatan las estrategias de enseñanza, las formas en que los alumnos aprenden, ni lo que sucede dentro de las aulas que pueda enriquecer las experiencias propias y de los demás.

Parece ser que muchos profesores responden mejor en las discusiones que ocurren en una atmósfera menos formal, ya que no todos afrontan con seguridad y conocimiento el desafío de un discurso coherente y consecuente sobre la enseñanza (Lieberman y Miller, 1992:11-12).

Las clases observadas a los buenos profesores, son excelentes ejemplos de implicación en un proyecto educativo, porque muestran la coherencia y consecuencia de sus discursos y de sus acciones y porque se involucran en aquello que creen que vale la pena hacer, mantener y dedicarle tiempos, espacios y esfuerzos (Cortina, 2001:17). Eso se observa por los temas que tratan en sus clases, la forma de abordarlos, la posibilidad de participación y la creencia en las capacidades de sus alumnos.

Las entrevistas en profundidad muestran que el trabajo docente los llena de satisfacción, les gusta lo que hacen y se sienten libres para hacerlo. Querer lo que se hace no es de perogrullo, puesto que fortalece el compromiso y evita el desaliento fácil ante las situaciones adversas. También muestran que son seguros en su planteamientos, gracias a lo cual saben convivir con las incertidumbres.

Por ejemplo, en ocasiones tienen que buscar estrategias para enseñar a los alumnos con dificultades y prevenir las posibles nuevas dificultades que esas estrategias pueden ocasionar, tanto para los afectados como para el resto de los alumnos, o tienen que elegir entre ocupar más tiempo en un contenido determinado para que los alumnos lo entiendan y luego pasar a otros, que a su juicio, no necesitan tanto tiempo para su comprensión, aunque esto dificulte el progreso lineal de la programación que muchas veces deben obedecer. En suma, es un proceso muy complejo, que generalmente no se toma en cuenta a la hora de valorar el trabajo docente.

“las incertidumbres de la vida dentro del aula no se limitan a acontecimientos inesperados que ocurren, sino que incluyen también las contingencias complejas referidas a muchas, si no a la mayoría, de las decisiones del docente” (Jackson, 2001:197).

Los buenos profesores no se contentan sólo con hacer lo que saben que está bien, sino lo que piensan y sienten como acción apropiada para determinada situación (Jackson, 2001:198). Las certezas son convenientes en cuanto las tenemos para desestabilizarlas, pero las necesitamos cuando debemos anclar en un puerto seguro (Morín, 2001:104).

Historias de Vida: incursión en terrenos existenciales generalmente olvidados.

La estructura de vida de una persona nos permite apreciar las características de sus aspectos externos: los vínculos significativos con personas, grupos, lugares; y sus aspectos internos: valores, deseos, sueños, conflictos.

La evolución de la vida es producto de procesos no lineales que tienden al orden porque se autoorganizan permanentemente. Lo mismo sucede con los procesos educativos escolares cuya génesis yace en sus mismos procesos, razón por la cual sólo basta dejarlos que se expresen ([5]).

La historia de vida permite acercamos ideográficamente a la realidad donde lo que importa es la calidad del cambio y el énfasis en evaluar la experiencia. No sólo nos interesa observar que un profesor es autónomo, sino saber por qué es autónomo. Nos importa la conducta, qué dicen de lo que ocurre, qué les afecta. Por lo tanto, trabajamos con lo más humano, lo verbal, lo actitudinal. Por eso, en las historias de vida hay que tener en cuenta los hechos que llaman la atención en las transiciones y trayectorias vitales para diferenciarlos de un hecho puntual y asignarle significados.

Por ejemplo, una trayectoria vital es el tipo de vida que una persona va desarrollando a partir de las transiciones que van ocurriendo en su vida. No es igual la trayectoria de una profesora con hijos que la de una profesora sin hijos porque sus transiciones son distintas. Cada una tiene un hilo conductor de la vida que las distingue de las demás y que se interpretan de forma diferente.

Investigar las historias de vida de los buenos profesores, nos permitió adentrarnos en los vericuetos de sus existencia para configurar las características que sustentan su trayectoria profesional, formación inicial, procesos de socialización, itinerarios formativos y construcción de la identidad profesional (Bolívar et al. 2001). No sólo nos interesó saber cómo se formaron sino cómo configuraron esa relación y cómo surgieron las realidades en su interacción, en un intento de superar el vacío entre lo conceptual de la cultura y lo conceptual creado por la persona (Lewis citado por Pujadas, 1992).

Cada historia de vida nos ofreció puntos de vista históricos a los reajustes institucionales, a la personalidad y su recíproca relación, y nos mostró cómo estos profesores se las arreglaron en la sociedad en que vivieron y viven, la dinámica, y los aspectos adaptativos de las diversas experiencias vitales, tanto interpersonales como con institucionales (Elder, Glen, 1993; Sarabia, B, s/r).

Las historias de vida de los buenos profesores son una herramienta histórico cultural válida para entender el proceso de la profesionalización docente porque la trayectoria vital de un profesor entrega antecedentes sobre sucesos relevantes de las circunstancias de su hacer pedagógico y develan una imagen del proceso centrado tanto en las fortalezas como en las debilidades. Las formas de pensar, sentir, ver y actuar de los profesores en su práctica escolar cotidiana es la consecuencia de los códigos culturales que las han determinado (Popkewitz, 1990).

La vida de los buenos profesores nos abre un camino inédito para comprender la pedagogía desde la propia historia de los involucrados y nos permite incursionar en terrenos existenciales que generalmente permanecen ignorados. Esto significa que podemos abrir las puertas de los motivos para entender las consecuencias que los lleva en estos momentos a ser sujetos clave en la docencia de calidad. Podemos afirmar que las consecuencias de las acciones que repercuten en el ámbito educativo escolar no terminan en el pasado, sino que se proyectan, tienen sentido en el presente, y permiten vislumbrar los frutos que posiblemente cosecharán en el futuro.

Qué emerge de las historias de vida.

Las entrevistas en profundidad arrojaron un corpus contundente de información para configurar las historias de vida de los buenos profesores. Para interpretar los datos y transformarlos en información relevante tuvimos que elaborar, re-eelaborar y re-interpretar los temas, de manera general, en función a la educación y al rol del profesional, y de manera específica, en función a su aporte a la escuela. Para elaborar las historias de vida tuvimos en cuenta las transiciones y los puntos de giro de sus trayectorias vitales([6]). Del mismo modo trabajamos la revisión y análisis de la temporalidad, puesto que el tiempo lo modifica todo dado que las situaciones van cambiando. Aislamos los bloques temporales de una manera histórica pero con criterios cronológicos para facilitar la comparación.

Nuestra intención no fue ni es dar cuenta de sus éxitos, sino indagar las redes de relaciones que han construido a lo largo de su vida y que les ha permitido serlo. Develar su principales complejidades nos permite entender cómo, cuándo y dónde crean relaciones y cómo han aprendido a hacerlo. Hemos logrado perfilar la identidad profesional de los buenos profesores para sistematizar dentro de la escuela su aporte sustancial. Esto es, enseñar con compromiso y voluntad, aspectos subjetivos que encierran en si mismos una gran complejidad, así como el reconocimiento que hacen de la responsabilidad ética que les compete porque sienten que son referentes para otros y que su aporte contribuye al aprendizaje significativo de sus alumnos

Es necesario destacar que los hallazgos no son nada fuera de lo común, son comportamientos obvios pero que se desconocen en la práctica cotidiana. Por ejemplo, se comunican con sus alumnos con afectividad y estos se sienten acogidos como personas, se encuentran cómodos con ellos y es frecuente que les confidencien sus sueños y problemas. Se ocupan por mejorar lo que hacen sin extraviarse en conversaciones diletantes, simplifican los problemas y les encuentran soluciones sencillas en nada extraordinarias. Mejoran lo bueno y de negativo se olvidan con facilidad. No son conformistas, sino optimistas, por lo que enseñan a ser subversivos, pero no conflictivos. Muchas críticas de sus colegas les resbalan y si los afectan, no se dejan abatir.

Son personas que han forjado una fuerte confianza en su desempeño profesional. Saben que son buenos pero no son soberbios, aunque orgullosos de lo que han conseguido, lo que no inhibe la autocrítica que no es escolar, sino educativa, puesto que se ocupan de analizar para tomar decisiones que optimicen lo bueno que hacen y no centrarse en lo que no realizan bien.

Este enfoque les permite evaluar con entusiasmo el trabajo realizado, sin dejarse arrastrar por el pesimismo que en otros generan las dificultades. Quienes han vivido en situaciones de problema, reconocen que eso les ha estimulado más que limitado. Han aprendido a trabajar sin recursos, pues los inventan de la nada. Han aprendido a obtener mucho desde la carencia porque son sinérgicos.

Trabajan el orden por refuerzo positivo y así logran que los alumnos se involucren en la actividad, lo que no sucede tradicionalmente donde el orden se consigue por castigo, razón por la cual se obtiene la pasividad del alumnado creando la pseudo sensación de calma y disciplina. En otras palabras, el castigo lleva al orden pero el alumno queda enojado, al contrario de aquel que se compromete afectivamente a través del refuerzo positivo del profesor([7]).

Al momento de revisar los tipos de vida encontramos Vidas Amables, porque la disfrutan, tienen sentido del humor y se entretienen enseñando; Vidas como Desafío, porque generan sinergia, superan el cansancio, enseñan investigando y son propositivos; y Vidas como Superación de Obstáculos, porque son resilientes, inconformistas, críticos, curiosos, perseverantes y comprometidos.

¿Qué los ha llevado a ser buenos profesores?

La investigación nos condujo a inferir motivos tales como: contacto temprano con espacios y tiempos letrados; conversaciones sobre temas de interés desde temprana edad; vocación temprana; identificación con buenos profesores; rechazo a los malos profesores y no querer repetir la historia; participación en grupos que les sirvieron de apoyo afectivo; etc., e inferir, entre otros, que es más probable encontrar un buen profesor en quien tuvo alguien determinante en sus vidas, que en quien no lo tuvo. Instancias como estas, nos permitieron reforzar los análisis sobre la construcción de la identidad profesional.

Lo anterior dio pie a la elaboración de tres grandes categorías: La “Constitución familiar de apoyo”, la “Admiración por “alguien” determinante en sus vidas”, y los “Ambientes Letrados”. La constitución familiar de apoyo es caracterizada por la unión, presencia, calidez, bienestar y rigurosidad del núcleo familiar a pesar de las problemáticas y sucesos vividos en su infancia y la formación valórica, responsabilidad y compromiso por aquello que se asume de forma autónoma. Eso repercute en la actitud acogedora, afectiva y comprensiva con sus estudiantes, en la preocupación por generar ambientes gratos y afectivos en aula y en la manera en que simplifican los problemas y se mantienen sensibles a las diferencias psicológicas y sociales de sus alumnos. Uno de los buenos profesoras señala:

“La forma de ser de mi familia, la manera de criarnos ha sido lo más significativo en mi vida. Mi papá, mamá, mi hermano…, la forma de ser de mi familia, personas que están cerca, amigos que en la conversación con ellos o los contactos, me han permitido vivir otro mundo, me ayudaron a volver a ser lo que yo era, reafirmar que yo soy capaz de hacer cosas, porque después de lo que me sucedió se me vino el mundo abajo…, ellos me permitieron salir adelante”.

La admiración por “alguien” determinante en sus vidas, es configurada por figuras apoyadoras, acogedoras y expresivas con el cariño, con alto compromiso social, responsables y presentes en los momentos más importantes de sus vidas, que les inculcaron la responsabilidad y el compromiso que se transformaron en valores subyacentes.

“una influencia significativa en mi vida ha sido mi papá y mi mamá, a pesar que mi papá falleció cuando yo era una niña. Los recuerdo como modelo de vida, no lo que ellos me hayan dicho que debo hacer, sino que todas las cosas que vivieron ellos fueron experiencia para mi… y me hicieron excelente, capaz de enfrentar todos los problemas que tuvimos”.

“El ejemplo de mí papá ha sido fundamental, porque en momentos muy difíciles de cesantía, el decía que un hombre no se echa a morir. El buscaba por aquí, por allá, era muy inteligente, muy astuto…”

Eso repercute en la forma de trabajar en equipo, de compartir entre todos sus aciertos y experiencias, en el gran sentido de responsabilidad profesional y personal en su trabajo docente, en la amplia conciencia pedagógica y social y en la seguridad para, por ejemplo, planificar sin tanto detalle confiando en que la improvisación ante situaciones emergentes da resultados cuando hay una sólida formación.

Uno de los profesores señala que:

“Lo constante en mi es revisar la última clase anterior, eso lo hago hace mucho tiempo, y es redondear el tema principal que se trató en la clase, cuando está a punto de terminar la clase…, ¿qué vimos hoy día?, ¿qué aprendiste hoy día?. Eso pregúntaselo a tu hermano, esa pregunta difícil que te costó responder hoy día, pregúntasela a tu hermano, a tus papás… Entonces ellos me dicen: ‘mi hermano es chiquitito, porque tiene tres meses’; pero hago que se desafíen para hacer esas cosas… y bueno, es eso de recapitular hasta ahí la clase, es amarrar y recopilar los temas de la clase anterior”.

Los ambientes letrados en su primeros años les despertaron el gusto y la curiosidad lectora, lo que redunda en el incentivo a sus alumnos a leer y producir textos. Desde pequeños fueron curiosos e inconformistas, y siempre encontraban a alguien que satisfacía esas necesidades. En sus hogares no necesariamente había libros o textos de estudio, pero había conversaciones, cuentos, anécdotas en las que ellos participaban activamente. La inquietud por aprender les incentiva a estudiar creando nuevas relaciones que les ayuden a mejorar la buena docencia que realizan. Se caracterizan por explicar de manera directa y sencilla los contenidos. Les gusta innovar, lo hacen sin esfuerzo y no patologizan a los alumnos.

Sutilezas pedagógicas.

Conocimos sus autobiografías, sus líneas de vida, el tipo de familias, los grupos y el ambiente sociocultural al que pertenecieron en la infancia, adolescencia y juventud, las instituciones donde se formaron, sus gustos, inclinaciones, dudas, certezas, su experiencias escolares, su relación con otros, sus trayectorias vitales, transiciones y puntos de giro. Los conocimos en el diálogo, a través de su gestualidad y de la relación interpersonal y profesional que nos permitió valorarlos en su real dimensión.

Una manera de entender la construcción de su pensamiento pedagógico pasa por la construcción de su identidad profesional, la cual se generó auto imponiéndose desafíos, investigando, siendo conscientes de que en algún momento de sus vidas tuvieron dudas, temores, inseguridades que llevaron a una búsqueda personal, en la que construyeron una convicción personal importante.

El agrado por la enseñanza fue paulatinamente constituyendo su identidad, con la relación directa que tienen con el mundo y su entorno, a través de las transiciones de la vida, la toma de decisiones importantes, con el incentivo de ver a sus alumnos aprendiendo y el reconocimiento de sus pares. Eso les hizo tener presente el hecho de que lo importante no es cuánto trabajan, sino, cómo trabajan.

Lamentablemente, pudimos observar que no armonizan los estilos de aprendizaje informales con los formales que utilizan en la escuela y se pierde toda la riqueza que los alumnos traen de su mundo cotidiano. Esto sucede porque entre el mundo externo y el mundo interno de la escuela, hay una contradicción y no una paradoja; habitualmente cometemos el error de pretender dicotomizar las actividades docentes y no aceptar las contradicciones y mucho menos las paradojas([8]).

Las consecuencias epistemológicas de su pensamiento pedagógico se ven reflejadas en que enseñan lo que es básicamente importante, pero no todos son capaces de profundizar en los temas. Hacen bien lo que hacen, pero no se observa una metareflexión profunda del por qué están trabajando de esa manera. No obstante, tienen una buena disposición al conocimiento, quieren aprender, conocer y comprender([9]).

Algunas diferencias entre los buenos profesores y los que no logran desarrollar una docencia garante del aprendizaje en muchos casos son mínimas, pero apuntan a una diferencia cualitativa, casi a una sutileza, irrelevante para el profano, pero altamente significativa para el profesional. Por ejemplo, ser afectivo con el estudiante. En términos de conocimiento libresco todo el mundo lo sabe, pero aplicarlo es muy diferente. En el caso de aquel que es afectivo y lo manifiesta, el afecto fluye generando sinergia.

Debemos, por tanto, sensibilizar a nuestros profesores y estudiantes de pedagogía ante esas sutilezas que terminan estableciendo diferencias radicales y significativas en los aprendizajes, la actitud ante la vida y en el desenvolvimiento personal de cada estudiante y del grupo curso.

Recoger el testimonio de la experiencia vital de los buenos profesores nos ha permitido mostrar, por un lado, los acontecimientos que han marcado un hito en su vida personal y profesional, y, por otro, las valoraciones que hacen de su propia existencia, donde los sentimientos que acompañan las intensas y variadas interacciones en su trabajo y en su vida son tan complejos, que se hace necesario entender sus conflictos, sus frustraciones, sus satisfacciones y sus alegrías (Cfr. Lieberman y Miller,1992).

Comportamientos típicos de los buenos profesores.

Las Historias de Vida nos han permitido identificar sus comportamientos típicos y señalar tendencias válidas para cualquier profesor que pueden ajustarse con flexibilidad a esos patrones y permite develar la construcción de un “sentido común profesional educativo” diferente, pero no opuesto a las construcciones normativas sobre la docencia de calidad. Por ejemplo: Ante los imprevistos, improvisan soluciones emergentes, inéditas y no planificadas en el detalle, pero previstas en las múltiples y posibles “tendencias a ser” de cada proceso, que se expresan de manera incierta en el diálogo intersubjetivo de los actores.

Para hacerlo están atentos a interpretar códigos no verbales, muchas veces sutiles, mediante los cuales los alumnos manifiestan sus dudas, temores, aciertos, comprensiones, ignorancias, etc. No buscan reducir la subjetividad de los actores a normas de objetividad formales, ajenas al consenso educativo, que se autoorganiza cotidianamente.

Se caracterizan por explicar de manera directa y sencilla los contenidos. No los complican con tecnicismos innecesarios. No les resulta difícil contextualizar la enseñanza ni ejemplificar con pertinencia puesto que se sienten cómodos viviendo en el tiempo que les ha tocado vivir, aunque deseen que sea distinto. Les gusta innovar y lo hacen sin esfuerzo; simplemente les fluye. Basta que comiencen a hablar de cómo enseñan para que se les ocurran innovaciones; sin embargo, no viven obsesionados por hacer siempre lo nuevo.

Por consiguiente, se han ido construyendo profesionalmente con los años de experiencia docente, sobre la base de sus experiencias. Participan activamente de las decisiones, propuestas y proyectos en su ámbito laboral, constantemente se autoevalúan, les interesa el desarrollo profesional y se prueban cotidianamente. Crean alternativas divergentes en los procesos pero convergentes en las finalidades, que no les demanda esfuerzos adicionales. Por eso no comprenden por qué a sus colegas se les dificulta hacerlo.

Desarrollan un sentido común profesional para sortear con éxito las dificultades pedagógicas que encuentran, buscan estrategias metodológicas distintas, las adaptan y las recrean. Dedican mayor tiempo en las aulas, conversan sobre los contenidos y la calidad de los programas de estudio con sus estudiantes y colegas. Señalan la importancia de comunicar a otros lo aprendido para que los alumnos puedan observar y construir un modelo conceptual de los procesos necesarios para cumplir con determinada tarea.

Finalmente,

La construcción analítica nos aportó luces para entender y explicar qué es lo que hace a un profesor un Buen Profesor. Nos parece que sus características pueden ser intencionalmente promovidas en las distintas etapas de formación profesional, por cuanto tienen la cualidad de generar entusiasmo, contagio con un compromiso pedagógico, social y político por el trabajo bien hecho. Es fundamental no caer en la tentación de una generalización falsa e ingenua en pensar que estos profesores son todos ideales, puesto que son seres humanos que viven su existencia al igual que cada uno de nosotros, sólo que con compromiso y amor por lo que hacen. Este hecho justamente es lo que los hace más valiosos, porque son capaces de superar dificultades muy comunes.

¿Cómo enseñan, planifican y organizan la docencia; qué dejan de lado; qué no cambian; cómo resuelven lo que cambia; cuáles son los patrones culturales que construyen; existe alguna pauta que explique el cambio del orden al desorden; cuál es su ritmo en la clase; cómo reaccionan ante lo emergente; cómo se auto-organizan; cuáles son sus patrones más frecuentes?. Indagar en estas preguntas nos permitirá aportar nuevas perspectivas educacionales que permitan apoyar a los profesores de aula.

Referencias bibliográficas.

BOLIVAR, A. DOMINGO,J. FERNANDEZ, M. (2001). La investigación biográfico-narrativa en educación. Madrid, La Muralla.

CALVO, Carlos (2008) Tercera edición. Del mapa escolar al territorio educativo. Disoñando la escuela desde la educación. La Serena, Nueva Mirada Ediciones.

CORTINA, Adela Y CONILL, Jesús (2001). Educar en la ciudadanía. Valencia, Institució Alfons el Magnànim.

ELDER, Glen (1993) Historia y trayectoria vital. En MARINAS y SANTAMARINA (1993) La historia oral: Métodos y experiencias. Madrid, Debate.

JACKSON Philip (2001). La vida en las aulas. Madrid,Morata.

LIEBERMAN, A, and MILLER, L. (s/r) Teachers - Their world and their work. Implications for school improvement. New York and London. Teachers College, Columbia University.

LÓPEZ DE MATURANA, Silvia (2009). Los buenos profesores: Educadores comprometidos con un proyecto educativo. La Serena, Editorial Universidad de La Serena.

- (2005/2006) Fondecyt 1050621: “La construcción sociocultural de la profesionalidad docente: compromiso social, político y pedagógico”.

MAEDA, John (2007). Las Leyes de la simplicidad. Diseño, tecnología, negocios, vida. Barcelona. Gedisa.

MORENO, Alberto (2006). Teoría del caos y educación informal. España, Huelva: Hergué editorial.

MORIN, Edgar (2001) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Barcelona, Paidós.

POPKEWITZ, Thomas S. (Ed) (1990) Formación de Profesorado. Tradición. Teoría. Práctica. Valencia, Servei de Publicacions,

PUJADAS, Juan José (1992). El método biográfico: El uso de las historias de vida en ciencias sociales. Madrid, CIS. Centro de Investigaciones Sociológicas.


[1] Revista POLIS. Edit. Universidad Bolivariana, Santiago de Chile 2010.

[2] Un ejemplo lo vivimos gracias a la experiencia de los “Pingüinos” que mostraron una educación no lineal significativa, quizá no atribuible al aprendizaje escolar. En sus acciones se observó un proceso sinérgico, complementario y autoorganizativo que influyó explícitamente en la cultura escolar.

[3] Investigación Fondecyt 1080073/08-09: “Complejidades educativas emergentes y caóticas en la escuela lineal”. Investigador responsable: Carlos Calvo Muñoz.

[4] Investigación Fondecyt 1050621/05-06: “La construcción sociocultural de la profesionalidad docente: compromiso social, político y pedagógico”. Investigadora responsable: Silvia López de Maturana Luna.

[5] Sin embargo, son los procesos lineales los que se favorecen en la escuela cuya sobrevaloración no impacta a pesar de los malos resultados escolares y se continúa insistiendo en estilos de docencia mecanicistas y unidireccionales en un vano intento de mantener el “orden”. Podríamos agregar que en la medida que se busque el orden se podrá entender el desorden.

Una trayectoria vital es el tipo de vida que una persona va desarrollando a partir de las transiciones que van ocurriendo en su vida, como también, el hilo conductor de la vida que nos distingue de los demás. El punto de giro es el acontecimiento impactante en la vida que puede hacer cambiar la forma de vida llevada hasta el momento.

[7] En los registros actuales sobre la observación de su quehacer docente dentro y fuera del aula se ha observado que estos profesores están alerta a la riqueza del desorden no a la imposición del orden ya que ven la riqueza que el desorden les puede entregar. Interesante cuestión si observamos las innumerables oportunidades desaprovechadas en el aula. Por eso es necesaria una mirada a aquellos aspectos que nutren la autoorganización.

[8] Los términos de una paradoja coexisten, mientras que los de una contradicción son mutuamente excluyentes. Una de las grandes trampas de la escuela es no entender que algunas paradojas no son contradicciones, por ejemplo: “no sabe mientras está sabiendo” no es lo mismo que creer que un alumno “sabe o no sabe” (Cfr.Calvo, 2008).

[9] Las perspectivas de estos profesores, considerados buenos docentes, son importante porque indican puntos de inflexión que debemos considerar en el proceso de formación de profesores y en los distintos e innumerables cursos de perfeccionamiento que toma el profesorado en jornadas de fin de año o de vacaciones.

martes, 10 de noviembre de 2009

La educación no puede seguir dirigida a la mera transmisión de conocimientos y de información, sino a desarrollar la capacidad de producirlos y utilizarlos. Este cambio está a la base de las actuales tendencias reformistas pero parece no encarnar en la práctica cotidiana docente, por lo que hay que poner acento a los fenómenos metacurriculares. Eso puede ser posible en la medida que las prácticas de calidad se socialicen.

NO NOS ASUMIMOS COMO SUJETOS HISTÓRICOS – FALTAN LAS NARRATIVAS

El profesorado juega un papel central en las transformaciones educativas del futuro, sobre todo, porque debe responder a la demanda de sentido que la sociedad contemporánea requiere, y ya está visto que no puede ser satisfecha de acuerdo a los parámetros tradicionales que han anquilosado a la escuela por décadas. Esto implica cambios en el rol del docente, que requiere de destrezas pedagógicas, afectivas, cooperativas, y participativas que garanticen la calidad del proceso de enseñanza y aprendizaje.

Las experiencias de los buenos profesores pueden ser re-creadas de acuerdo a la realidad de cada uno ya que la escuela necesita de experiencias que doten de sentido al proceso educativo escolar. Esto podría contribuir a reformular los planes de estudios, las estrategias docentes, los materiales, y la forma de pensar la escuela. El proceso y el sentido de las actividades para la mejora de la escuela deben atender a las particularidades de los buenos profesores para socializar sus ejemplos y establecer redes de acciones tendientes a actualizar la potencialidad de la escuela (Lieberman y Miller, 1992). Por ejemplo, introducir nuevas ideas o proyectos que pueden llegar a constituirse en experiencias sugestivas y significativas que permitan reconocerse y recobrar la confianza que puede parecer perdida.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

sobre la autonomía en la escuela...

Autonomía.

“… por mi cuenta y riesgo decidí preparar un plan que pasé a la dirección del Centro para que se estudiara. Se estudió por parte de la dirección, se estudió por parte de la comisión pedagógica, se aprobó, y es lo que este año ha constituido el plan de formación del profesorado en nuestro Centro, al que prácticamente la mitad del claustro se ha apuntado y que creo que ha sido un éxito. El otro día lo evaluamos y la gente está bastante contenta y no solamente eso, sino que se ha decidido que para el curso próximo continuaremos con este plan de formación a otro nivel” (Alonso).

Es la actitud emancipatoria de los profesores cuya convicción, producto de la reflexión crítica, posibilita su iniciativa para proponer alternativas pedagógicas, tomar decisiones, defenderlas y ser fiel a los principios que proclaman para provocar el cambio en su entorno. Muchos hablan de autonomía, pero al final resulta ser, como afirma Contreras, nada más que un slogan que se desgasta y vacía de significado de tanto usarlo (Cfr. Contreras, 1999:11).

Nos interesa dar vida a este concepto dentro de la escuela, sobre todo, porque permite a los profesores crear tiempos y espacios de reflexión y debate para desarrollar el espíritu cívico de sus alumnos y la capacidad de decidir por si mismos las acciones que les permitirán forjar el mundo que quieren para vivir.

Un profesor autónomo rechaza las prácticas injustas y perjudiciales para el desarrollo de sus alumnos como sujetos autónomos, aunque muchos compañeros las consideren aceptables. Hablamos de la autonomía mental; que nadie diga por nosotros lo que queremos decir. La autonomía necesita del pensamiento crítico del profesor, pero la sola crítica no sirve de nada si no va acompañada de una reflexión sobre los motivos y consecuencias de lo que se está criticando para proponer alguna vía alternativa de acción.

La autonomía es un derecho de los profesores que les posibilita pensar, proponer y hacer en un marco de libertad responsable, para no enajenarse con imposiciones ajenas y para darse cuenta cuándo y por qué se lo priva de ese derecho. Las acciones pedagógicas de un profesor autónomo no son suficientes para constituirlo como tal. No basta que proponga actividades novedosas y emergentes, que conozca las características de cada alumno y que colabore con sus compañeros en el mejoramiento de la labor educativa, etc., sino que debe ir más allá de ello, hacia la formación de personas críticas capaces de expresarse con libertad y autonomía, lo que es cada vez más importante, sobre todo, porque no es sólo el hogar y la escuela los únicos que educan.

La autonomía promueve la creación y consolidación de una educación que posibilite a los profesores para la discusión valiente de los problemas del aula, la escuela y la sociedad, y los implique de tal modo, para que siendo conscientes de los “peligros de su tiempo” se posicionen políticamente, y no se arrastren ni sometan a las prescripciones ajenas que anulan su propio yo (Freire, 1998 [1969]:85).

Cuando Adriana reflexiona sobre la enseñanza, uno de los aspectos que más le preocupa es formar en sus alumnos una mentalidad crítica que les permita decidir sobre sus acciones y posicionarse de manera autónoma. Se plantea con una actitud crítica ante los acontecimientos que ocurren en el mundo, defendiendo la justicia, la solidaridad y la relevancia de los valores en la vida. Se posiciona por una opción en la vida, por algo que vale la pena porque lo considera ético y que, como ella afirma categóricamente, no significa implantar ideologías.

Los profesores que reflexionan críticamente están más abiertos a observar el sistema educativo y a no criticar todo porque sí, sin más, sino plantear una crítica que construye y crea, no que destruye y paraliza.

La autonomía trasciende el aula y se manifiesta en la apertura existencial de los profesores que se preguntan constantemente por qué enseñan, a quiénes le enseñan y para qué enseñan, lo que implica apertura cognitiva e ideas muy claras sobre el rol docente y, muchas veces, la osadía de nadar contra la corriente. Por lo tanto, compartimos la opción radical que plantea Freire sobre enseñar para domesticar o para ser libres, o lo que es lo mismo, optar por una educación “para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto” (Freire, 1998[1969]:26).

El nivel cultural con el que estamos conformando a la sociedad es deprimente, razón por la cual se puede esperar que la autonomía del profesorado logre un cambio significativo si no se dejan atrapar por la inercia. Sucede como con los malos programas de la TV que se mantienen porque no necesitan tanta preparación y porque la gente se acostumbra a tanta mediocridad.

Los buenos profesores forjaron su autonomía desde temprana edad gracias a que fueron escuchados y reconocidos, lo que forjó la resiliencia que manifestaron desde pequeños. A pesar de los ambientes adversos en los que varios de ellos crecieron, vivieron en espacios de participación y cooperación real de la comunidad y fueron educados en gestionar tiempos y espacios para exponer sus posiciones. Estas experiencias les permitieron establecer códigos de buenas prácticas conjuntas.

sobre investigaciones

Junto a otros co-investigadores he realizado varias investigaciones sobre historias de vida de los buenos profesores. Eso significa que son varias decenas de profesores y profesoras que nos han abierto las puertas de su intimidad para contarnos sus vidas. Una de las categorías de análisis es la siguiente:

Autoconfianza

Una de las categorías de análisis emanadas de las Historias de Vida de los buenos profesores es la autoconfianza, aspecto no menor si consideramos las veces que se inhiben las posibilidades de una buena enseñanza porque los profesores no se atreven a tomar decisiones, innovar o flexibilizar el currículo aun cuando las circunstancias se lo permitan. El temor a equivocarse, a las preguntas de los alumnos y a no saber responder de manera adecuada les aferra a las prescripciones del libro de texto, a lo que otros dicen y a las planificaciones utilizadas por años. Su conocimiento es débil y generalmente parcelado por el temor de soltar el mapa y perderse en el territorio, razón por la cual las innovaciones son escasas o nulas y, en caso de haberlas, son artificiales y cosméticas; por lo tanto, pierden fuerza, divergencia, riqueza y flexibilidad.

La poca o nula confianza en uno mismo se vierte en los demás para esconder las propias debilidades y carencias, en virtud de lo cual, terminan desconfiando de todos. La falta de confianza de los profesores, generalmente viene aparejada con la falta de esperanza, que los hace conformarse con la rutina y cerrar las posibilidades de búsqueda de alternativas, nuevos conocimientos y exploración activa de diferentes situaciones de aprendizaje.

Sin embargo, no siempre la poca confianza va emparejada con ineptitud, rechazo o desinterés, sino con el miedo a tomar decisiones que contradigan a la autoridad y con el sentimiento de incompetencia, probablemente reforzado en los años escolares. Es notoria la diferencia entre los profesores que confían en sus conocimientos y capacidades con aquellos que se sienten inferiores ante la responsabilidad de la enseñanza. Los primeros se atreven a intervenir para remover y flexibilizar la rigidez del sistema escolar, mientras los segundos buscan el seguro refugio de la acomodación.

La autoconfianza de los profesores se retroalimenta por las experiencias de éxito que tienen con sus alumnos y por las proyecciones de su trabajo que no pasa inadvertido para los demás. Las experiencias de éxito refuerzan el sentimiento de ser competente y de sentirse capaz de emprender acciones, lo que refuerza la consciencia de sus propias limitaciones, debilidades y fortalezas, al tiempo que aumenta la confianza en que se sabrá manejar las condiciones para que cada vez sean más seguras.

La autoconfianza no es una casualidad, sino parte de un proceso de aprendizaje. La trayectoria vital de los buenos profesores muestra acontecimientos que se han encadenado sinérgicamente para reforzar la confianza en si mismos y la valentía de no desalentarse en casos de adversidad, como las experiencias en las que se han sentido seguros. Eso les da una estabilidad personal que desemboca en bienestar y satisfacción por su trabajo.

“yo quiero tener o intento tener una actitud positiva de verdad, yo lo que no estoy dispuesto es a que la clase pueda conmigo, por decirlo de alguna manera, no me quiero dejar vencer por la clase, es decir, es un trabajo que tengo que hacer, es un trabajo que además yo he elegido, es un trabajo que me gusta realizar, entonces, lo que no quiero es que cualquier circunstancia que ocurra, con mis alumnos, con los padres, con mis compañeros, me venza, pueda conmigo, y me haga cambiar la manera de pensar el hecho educativo que yo tengo ahora” (Alonso).

Los buenos profesores

Vivimos en una sociedad que ha despolitizado lo cotidiano con la consecuente menor implicación en las tareas, en virtud de lo cual la profesionalidad docente pasa a ser una artificialidad y nadie asume la responsabilidad que conlleva el rol que desempeñan los profesores. Por ejemplo, en muchas escuelas se fracciona el conocimiento y se enseña y se aprende sin creatividad ni encantamiento. Peor aún, se simula enseñar y se simula aprender a pesar de las reformas. En consecuencia, nos parece un deber profesional, ético y político buscar líneas de acción orientadas a redefinir el compromiso docente. Podemos comenzar por conocer quiénes son los buenos profesores, qué hacen y cómo lo hacen.

La expresión buenos profesores no es ingenua ni falaz, por el contrario, tiene claras implicaciones éticas y profesionales donde se aprecia el trabajo profesional bien hecho y el reconocimiento social y político de sus pares y alumnos. Sus prácticas y las teorías que manejan pueden revitalizar los planes y programas de la Formación Inicial de Profesores y la formación permanente; re-significar la profesionalidad docente, y entregar información relevante y pertinente a los profesores de aula para la reflexión personal y la toma de conciencia sobre el rol profesional.